Antiguamente, el perfecto hombre de Tao era sutil, penetrante y tan profundo, que difícilmente puede ser comprendido. Ya que no puede ser comprendido, voy a intentar describirlo:
Es cauto, como quien cruza un arroyo en invierno;
Prudente, como quien teme a su vecino;
Modesto, como un huésped;
Flojo, como el hielo que se deshace;
Sencillo, como un madera no trabajada aún;
Vacío como un valle;
Oscuro, como las aguas turbias.
¿Quién puede aclarar lo oscuro, cuando ello deviene lentamente en luz?
¿Quién puede aquietar lo turbio, cuando ello se aclara con lentitud?
¿Quién puede impulsar lo estancado, cuando ello progresa pausadamente?
Quien sigue estos principios no desea la plenitud.
Porque no ha alcanzado la plenitud, por eso, al declinar, se renueva.
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