Si el hombre no teme a la muerte, ¿con qué fin amenazarle con la muerte?
Supongamos que teme a la muerte y que podemos castigarle con la muerte:
¿quién osaría entonces hacerlo?
Sólo el Supremo Ejecutor.
El que da muerte en lugar suyo es como el aprendiz de carpintero que intenta serrar en lugar de su maestro. Difícilmente podrá evitar cortar su propia mano.
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